
Tuve el privilegio de leer
El
corazón del lobo en 1981, en su primera edición. Cuando obtuvo el premio
Cáceres de novela corta. Supuso para el jurado y la crítica de entonces,
y para mí como lector, una sorpresa . Era una
novela de gran frescura, con un ritmo narrativo envolvente y una estructura
formal nueva y una agilidad del diálogo que potenciaba el ritmo interior. En
esta reedición de Intravagantes vuelvo a reafirmarme en aquellas primeras
impresiones. El texto no ha perdido ni un ápice de aquellos hallazgos. No ha
pasado el tiempo por ella, muy al contrario de lo que sucede con otras novelas
de la misma época.
El corazón del lobo
no solo ha resistido el paso del tiempo sino que parece recién escrita.

Mantiene toda la fuerza expresiva en sus superposiciones temporales, espaciales
y en sus diálogos, así como un juego del lenguaje que permite una densidad
exonerada de aditamentos. La novela es un mundo estructurado en torno a una
anécdota amorosa: el fracaso de un amor que parecía tan firme que ningún
elemento podría destruirlo, salvo el puñal del tedio de la rutina. Si
tuviéramos que emplear un lenguaje cinematográfico –la propia novela lo
requiere-, tendríamos que decir que es una novela en 3D en la que el lector se
ve inmerso en la complicidad escénica que propone el autor. No deja de
entusiasmarme el perfecto arranque del capítulo cuarto, todo su simbolismo y su
encadenada sucesión de referencias metafóricas.
Una novela que se lee con el regusto de una copa de buen licor.
Manuel Jurado
(Fotografía proporcionada por Rafael Soler)
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