Nuestra versión de los hechos...

Intravagantes es una nueva colección de Ediciones Evohé, que pretende celebrar la heterodoxia de autores, de perspectivas e ideologías, de escuelas literarias. Y también de géneros. En Intravagantes, para comprender el mundo y la existencia, mestizamos: poesía, novela, ensayo, teatro, cuento, testimonio, cómic, biografía, memorias.
En la luz y en la sombra de esta colección late nuestra versión de los hechos, porque lo que importa no es el formato sino la palabra. Y cada palabra basta para ser testimonio compartido de la búsqueda de la verdad en lo diverso, aquello que no está en ningún espacio que tengamos que esforzarnos por alcanzar, sino en nosotros mismos.
Dijo Aristóteles “la finalidad del arte es dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas, no el copiar su apariencia”. Así nuestros Intravagantes despliegan muy distintas formas de expresión pero siempre contienen nuestra duda y nuestra certeza, nuestro asombro y nuestra familiaridad, nuestras preguntas y nuestras respuestas ante la dulzura del mundo y también de su amargura.
La única seña de identidad cifrada en Intravagantes es la grandeza de la diversidad humana.

miércoles, 12 de junio de 2013

Carlos Grande en cuerpo mortal

Ayer en el Café Comercial, engalanados en un espíritu literario muy de aquel Siglo de Oro nuestro -poemas laudatorios mediante-, pudimos conocer por fin en mortal apariencia a Carlos Grande Grande y baúl de heterónimos, comprobando que las realidades, por muy virtuales que quieran aparecérsenos, están sostenidas, por detrás de las sucesivas máscaras, por hombres y mujeres que desde Homero hasta aquí han puesto en palabras la radiente quemazón de los sentimientos y la no menos angustiosa reflexión sobre nosotros mismos y quienes nos acompañan...
En definitiva, Crónicas las de Carlos Grande, transcritas por el pendolista Martínez Morán, que son absolutamente justas y necesarias en el páramo de nuestras existencias, son nuestro deber y salvación... Nadie en su sano e insano juicio daría la espalda a tanta verdad...


Ceres

Son, de alguna manera, un club de fans. Idolatran a Mía y a Ana, y te recibirán, si te animas a participar en sus retos, con los esqueléticos brazos bien abiertos. Participan en una competición sin final hacia el hueso: quizás quieren verse el alma en directo, sin interferencia de la carne, pero no han podido encontrar un camino más equivocado... salvo que deseen, en el fondo, verse muertas. Creo que se trata de eso: no existir. Sí, es posible que solo el esqueleto las satisfaga: las imagino midiéndose las inexistentes caderas (la cinta métrica, más voluminosa que su brazo), con los deditos como cañas quebradizas en las meji­llas. «¡Ah, pobre yo misma! ¡Yo me conocía, Mía! ¡Cuántas veces corrí con las fuerzas que ahora me faltan, querida Ana! ¡Yo me pertenecía porque tenía masa y cuerpo y azúcar en las venas! Y ahora ni siquiera conservo la carne de los labios, solo soy la costilla famélica de la escla­vitud plomiza de la emesis. Debo seguir adelante».

Teclean y vomitan. Vomitan, saltan al portátil. Llegan pronto a la pantalla y narran su pavorosa cima. Un trino de satisfacción incom­prensible, otro hito en la bitácora. Se creen quiméricas heroínas. Al­guien aplaude. Ahora están un gramo más delgadas y continúan con el enloquecido sacrificio al que se han condenado. Ellas lo llaman «ca­rrera»: su particular cursus horrorum.

Se fotografían con obsesión las muñecas, el pecho autofagocitado, el armazón de los muslos. Nada más diferente a la vida. Se retratan la barbilla y las clavículas, dolorosamente afiladas, y las demás jalean. «¡He pecado! —grita alguna—. ¡Cené! ¡Anoche cené una loncha de pavo!». Y las demás animan. «No sucede nada —tranquilizan con la naturalidad atroz de lo aberrante—. ¿Ya te has metido los dedos? No dejes de hacerlo. Y mañana no comas». Alguien se jacta de que la han llevado a urgencias esa misma tarde; otra reza, en el sentido más es­tricto de la palabra, por no comer nunca jamás: es débil, se confiesa, aún añora las pipas de girasol; otra más subraya con orgullo su marca personal: ya acumula cuatro meses sin período.

Aquí hace muchísimo más frío que en cualquier otro lugar: ni una sola caloría, ni una sola puerta de emergencia. Gélida superficie enra­recida. Sus bitácoras, todavía infantiles, rosas, garabateadas de floreci­llas, parecen una caricatura macabra del suicidio romántico, ya de por sí grotesco. ¿Quiénes son más allá de sus perfiles de hojas secas?, ¿qué personitas indefensas corren en paralelo a este malsano espejo sur­cado de esperpentos?, ¿de verdad no hay ningún medio para decirles que están matándose a cucharadas soperas de vacío?

(¡Gracias a Isabel por las fotografías!)

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